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Comprar Vino de Phelan Farm
A apenas cinco kilómetros del Pacífico, donde las brumas marinas suben serpenteando por los cañones y se disuelven en las laderas orientadas al este, se encuentra Phelan Farm, en Cambria, en la remota costa de San Luis Obispo, California. Este lugar, que parece más un experimento botánico que un viñedo tradicional, ha escapado del radar de los críticos convencionales, pero se ha convertido en uno de los epicentros de innovación más silenciosos e influyentes del vino californiano contemporáneo.
Cuando Greg soñó con raíces libres
Todo comenzó en 2007 cuando Greg Phelan, movido por una obsesión tardía con la viticultura, decidió plantar Chardonnay y Pinot Noir de raíz directa, sin portainjerto, desafiando convenciones en suelos de pizarra y granito degradado. Pero fue con la llegada de Rajat Parr en 2019, reputado sumiller y figura clave del vino natural en Estados Unidos, que la finca tomó un giro radical. Parr no sólo alquiló la propiedad: reimaginó el viñedo desde sus cimientos, introduciendo una paleta casi desconocida de variedades de clima frío —Trousseau, Poulsard, Savagnin, Mencía, Mondeuse, Gamay— cultivadas con un enfoque profundamente regenerativo.
Aquí no hay monocultivo, ni filas de viñas alineadas al milímetro. La biodinámica, la permacultura y la agricultura regenerativa marcan el compás. No se trabaja el suelo; se protege. Las viñas conviven con árboles frutales, leguminosas silvestres, flores autóctonas. Las aplicaciones incluyen tés de compost, preparados fermentados de plantas y arcillas minerales. Todo está pensado para que el ecosistema se autorregule, y para que la vid crezca no como una maquinaria de producción, sino como un ser vivo plenamente adaptado a su entorno.
Vinos que no piden permiso
En bodega, la filosofía es coherente: intervención mínima. Las uvas se vendimian a mano, se fermentan con levaduras autóctonas, se crían en barricas neutras y se embotellan sin clarificar, sin filtrar y —en la mayoría de los casos— sin añadir sulfuroso. El resultado no son vinos "fáciles", sino profundamente vivos, volátiles, a veces indomables, que piden atención y tiempo. Vinos que no buscan complacer, sino provocar.
No es California. Es otra cosa
La paradoja de Phelan Farm es que, a pesar de estar en una de las regiones vitivinícolas más reputadas de Estados Unidos, no se parece en nada al resto de California. Aquí no hay vinos solares, ni extracción, ni madera nueva. La influencia oceánica extrema, las temperaturas nocturnas que pueden bajar a un solo dígito incluso en verano, y los suelos pobres, dan lugar a vinos ligeros pero estructurados, tensos, con acidez vibrante y un nervio casi alpino.
Rajat Parr suele decir que no hace "vinos naturales", sino vinos de lugar. Y Phelan Farm es, precisamente, la expresión más pura de un lugar insólito: un rincón remoto donde el viñedo es bosque, el suelo es vida y el vino es un lenguaje vivo que no se puede traducir fácilmente en puntuaciones o etiquetas. Una finca que, sin hacer ruido, está marcando un antes y un después en la costa del Pacífico.
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Comprar Vino de Phelan Farm
A apenas cinco kilómetros del Pacífico, donde las brumas marinas suben serpenteando por los cañones y se disuelven en las laderas orientadas al este, se encuentra Phelan Farm, en Cambria, en la remota costa de San Luis Obispo, California. Este lugar, que parece más un experimento botánico que un viñedo tradicional, ha escapado del radar de los críticos convencionales, pero se ha convertido en uno de los epicentros de innovación más silenciosos e influyentes del vino californiano contemporáneo.
Cuando Greg soñó con raíces libres
Todo comenzó en 2007 cuando Greg Phelan, movido por una obsesión tardía con la viticultura, decidió plantar Chardonnay y Pinot Noir de raíz directa, sin portainjerto, desafiando convenciones en suelos de pizarra y granito degradado. Pero fue con la llegada de Rajat Parr en 2019, reputado sumiller y figura clave del vino natural en Estados Unidos, que la finca tomó un giro radical. Parr no sólo alquiló la propiedad: reimaginó el viñedo desde sus cimientos, introduciendo una paleta casi desconocida de variedades de clima frío —Trousseau, Poulsard, Savagnin, Mencía, Mondeuse, Gamay— cultivadas con un enfoque profundamente regenerativo.
Aquí no hay monocultivo, ni filas de viñas alineadas al milímetro. La biodinámica, la permacultura y la agricultura regenerativa marcan el compás. No se trabaja el suelo; se protege. Las viñas conviven con árboles frutales, leguminosas silvestres, flores autóctonas. Las aplicaciones incluyen tés de compost, preparados fermentados de plantas y arcillas minerales. Todo está pensado para que el ecosistema se autorregule, y para que la vid crezca no como una maquinaria de producción, sino como un ser vivo plenamente adaptado a su entorno.
Vinos que no piden permiso
En bodega, la filosofía es coherente: intervención mínima. Las uvas se vendimian a mano, se fermentan con levaduras autóctonas, se crían en barricas neutras y se embotellan sin clarificar, sin filtrar y —en la mayoría de los casos— sin añadir sulfuroso. El resultado no son vinos "fáciles", sino profundamente vivos, volátiles, a veces indomables, que piden atención y tiempo. Vinos que no buscan complacer, sino provocar.
No es California. Es otra cosa
La paradoja de Phelan Farm es que, a pesar de estar en una de las regiones vitivinícolas más reputadas de Estados Unidos, no se parece en nada al resto de California. Aquí no hay vinos solares, ni extracción, ni madera nueva. La influencia oceánica extrema, las temperaturas nocturnas que pueden bajar a un solo dígito incluso en verano, y los suelos pobres, dan lugar a vinos ligeros pero estructurados, tensos, con acidez vibrante y un nervio casi alpino.
Rajat Parr suele decir que no hace "vinos naturales", sino vinos de lugar. Y Phelan Farm es, precisamente, la expresión más pura de un lugar insólito: un rincón remoto donde el viñedo es bosque, el suelo es vida y el vino es un lenguaje vivo que no se puede traducir fácilmente en puntuaciones o etiquetas. Una finca que, sin hacer ruido, está marcando un antes y un después en la costa del Pacífico.
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