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Comprar Vino de Ruppert Leroy
En el extremo sur de la región de Champagne, casi en la frontera con Borgoña, se despliega una de las zonas más insólitas y menos comprendidas del mapa champenoise: la Côte des Bar. Aquí, entre colinas suaves, suelos de arcilla y piedra caliza kimmeridgiense, y un clima más cercano al de Chablis que al de Reims, encontramos una de las bodegas más personales, radicales y profundamente coherentes del panorama actual del vino espumoso francés: Ruppert-Leroy.
De viticultores anónimos a autores del terroir
La historia comienza a finales del siglo XX, cuando Bénédicte Ruppert y Emmanuel Leroy, ambos provenientes de mundos ajenos al vino, deciden tomar las riendas del viñedo que cultivaba el padre de Bénédicte. No había entonces intención de embotellar ni comercializar bajo su propia etiqueta; eran, como tantos otros en la región, viticultores para una gran maison. Pero pronto entendieron que su viñedo —situado en la pequeña localidad de Essoyes, patria de los paisajes íntimos de Renoir— merecía un destino más alto. Un vino con nombre propio.
Lo primero que hicieron fue drástico: eliminar por completo cualquier intervención química en el campo. Desde 2010, todos los viñedos se trabajan en biodinámica, con certificación oficial. Aquí no hay tractores que arrasen, ni herbicidas que simplifiquen la vida vegetal del suelo. Hay caballos, hay infusiones de hierbas, hay observación, hay escucha. El viñedo es visto como un organismo vivo y complejo, no como una fábrica de uva.
Sin maquillaje: la sinceridad en cada cuvée
La bodega, por su parte, funciona como una prolongación directa del viñedo: nada de azúcar añadido, nada de levaduras comerciales, ni filtraciones ni clarificados. Los champagnes de Ruppert-Leroy son vinos de parcela, de añada y de verdad. Cada cuvée proviene de una viña distinta y se vinifica por separado, sin blending y sin maquillaje. Esto los aleja radicalmente del modelo clásico de Champagne, basado en la mezcla para asegurar una identidad estable año tras año. Aquí, por el contrario, cada añada es una historia distinta. A veces punzante, a veces cruda, a veces ferozmente mineral.
La gama se compone de unas pocas etiquetas, cada una con nombre propio: ‘Fosse-Grely’, la parcela más conocida y quizás la más accesible, mezcla de Pinot Noir y Chardonnay, es un estallido de fruta roja crujiente, tensión calcárea y burbuja sutil. ‘Martin Fontaine’, puro Chardonnay sobre suelos blancos, es más vertical, cítrico, con ecos salinos. ‘Les Cognaux’, una de las más escasas, es una muestra de pura potencia de Pinot Noir, densa, oscura, incluso salvaje en juventud. En los mejores años, aparece también ‘11, 12, 13’, un ensamblaje de varias vendimias y microparcelas, donde la casa juega con una elaboración más libre, casi como una declaración de principios. Todas estas cuvées son brut nature, sin dosage, lo que exige una uva impecable y una vinificación sin margen de error.
Naturaleza precisa, vinos con nervio
Uno de los aspectos más fascinantes de Ruppert-Leroy es que, aunque se inscriben en la cada vez más influyente corriente del champagne natural, sus vinos no buscan la provocación, ni el desvío aromático fácil. Aquí no hay olores a sidra o pan mojado. Hay precisión, nervio, suelo. La burbuja es finísima, casi imperceptible. La fruta nunca se impone; siempre va acompañada de una sensación de estructura, de arquitectura mineral. Son vinos que no buscan gustar a todos, pero que no se olvidan jamás.
La pequeña bodega familiar trabaja apenas unas 4 hectáreas. Esto significa que la producción total anual no alcanza más que unos pocos miles de botellas. Y sin embargo, en apenas una década, han conseguido que sus champagnes se beban en los bares de vinos más influyentes de París, Nueva York o Tokio. No hay aquí marketing de lujo ni etiquetas doradas: solo el prestigio que se gana botella a botella, copa a copa, entre quienes saben leer entre líneas.
Tiempo, no urgencia: la ética detrás del vino
La anécdota más reveladora puede que sea esta: cuando un importador japonés les pidió aumentar la producción para satisfacer la demanda, Emmanuel respondió con una sonrisa cortante: “Las viñas necesitan tiempo. Nosotros también.” No hay urgencia, no hay concesiones.
En un mundo que a menudo reduce Champagne a un símbolo de estatus y repetición, Ruppert-Leroy representa una revolución silenciosa. Un regreso a la tierra, al tiempo, a lo esencial. Sus vinos son más que burbujas: son expresiones del clima, del suelo, del año. Y sobre todo, de una forma de estar en el mundo.
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65,45€
62,18€/ud (-5%)
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Comprar Vino de Ruppert Leroy
En el extremo sur de la región de Champagne, casi en la frontera con Borgoña, se despliega una de las zonas más insólitas y menos comprendidas del mapa champenoise: la Côte des Bar. Aquí, entre colinas suaves, suelos de arcilla y piedra caliza kimmeridgiense, y un clima más cercano al de Chablis que al de Reims, encontramos una de las bodegas más personales, radicales y profundamente coherentes del panorama actual del vino espumoso francés: Ruppert-Leroy.
De viticultores anónimos a autores del terroir
La historia comienza a finales del siglo XX, cuando Bénédicte Ruppert y Emmanuel Leroy, ambos provenientes de mundos ajenos al vino, deciden tomar las riendas del viñedo que cultivaba el padre de Bénédicte. No había entonces intención de embotellar ni comercializar bajo su propia etiqueta; eran, como tantos otros en la región, viticultores para una gran maison. Pero pronto entendieron que su viñedo —situado en la pequeña localidad de Essoyes, patria de los paisajes íntimos de Renoir— merecía un destino más alto. Un vino con nombre propio.
Lo primero que hicieron fue drástico: eliminar por completo cualquier intervención química en el campo. Desde 2010, todos los viñedos se trabajan en biodinámica, con certificación oficial. Aquí no hay tractores que arrasen, ni herbicidas que simplifiquen la vida vegetal del suelo. Hay caballos, hay infusiones de hierbas, hay observación, hay escucha. El viñedo es visto como un organismo vivo y complejo, no como una fábrica de uva.
Sin maquillaje: la sinceridad en cada cuvée
La bodega, por su parte, funciona como una prolongación directa del viñedo: nada de azúcar añadido, nada de levaduras comerciales, ni filtraciones ni clarificados. Los champagnes de Ruppert-Leroy son vinos de parcela, de añada y de verdad. Cada cuvée proviene de una viña distinta y se vinifica por separado, sin blending y sin maquillaje. Esto los aleja radicalmente del modelo clásico de Champagne, basado en la mezcla para asegurar una identidad estable año tras año. Aquí, por el contrario, cada añada es una historia distinta. A veces punzante, a veces cruda, a veces ferozmente mineral.
La gama se compone de unas pocas etiquetas, cada una con nombre propio: ‘Fosse-Grely’, la parcela más conocida y quizás la más accesible, mezcla de Pinot Noir y Chardonnay, es un estallido de fruta roja crujiente, tensión calcárea y burbuja sutil. ‘Martin Fontaine’, puro Chardonnay sobre suelos blancos, es más vertical, cítrico, con ecos salinos. ‘Les Cognaux’, una de las más escasas, es una muestra de pura potencia de Pinot Noir, densa, oscura, incluso salvaje en juventud. En los mejores años, aparece también ‘11, 12, 13’, un ensamblaje de varias vendimias y microparcelas, donde la casa juega con una elaboración más libre, casi como una declaración de principios. Todas estas cuvées son brut nature, sin dosage, lo que exige una uva impecable y una vinificación sin margen de error.
Naturaleza precisa, vinos con nervio
Uno de los aspectos más fascinantes de Ruppert-Leroy es que, aunque se inscriben en la cada vez más influyente corriente del champagne natural, sus vinos no buscan la provocación, ni el desvío aromático fácil. Aquí no hay olores a sidra o pan mojado. Hay precisión, nervio, suelo. La burbuja es finísima, casi imperceptible. La fruta nunca se impone; siempre va acompañada de una sensación de estructura, de arquitectura mineral. Son vinos que no buscan gustar a todos, pero que no se olvidan jamás.
La pequeña bodega familiar trabaja apenas unas 4 hectáreas. Esto significa que la producción total anual no alcanza más que unos pocos miles de botellas. Y sin embargo, en apenas una década, han conseguido que sus champagnes se beban en los bares de vinos más influyentes de París, Nueva York o Tokio. No hay aquí marketing de lujo ni etiquetas doradas: solo el prestigio que se gana botella a botella, copa a copa, entre quienes saben leer entre líneas.
Tiempo, no urgencia: la ética detrás del vino
La anécdota más reveladora puede que sea esta: cuando un importador japonés les pidió aumentar la producción para satisfacer la demanda, Emmanuel respondió con una sonrisa cortante: “Las viñas necesitan tiempo. Nosotros también.” No hay urgencia, no hay concesiones.
En un mundo que a menudo reduce Champagne a un símbolo de estatus y repetición, Ruppert-Leroy representa una revolución silenciosa. Un regreso a la tierra, al tiempo, a lo esencial. Sus vinos son más que burbujas: son expresiones del clima, del suelo, del año. Y sobre todo, de una forma de estar en el mundo.
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