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Comprar Vino de Bodegas Olivares
En el altiplano soleado del norte de Jumilla, donde la escasez de lluvia no es un inconveniente sino una herencia, Bodegas Olivares cultiva una de las interpretaciones más singulares de la Monastrell en el levante español. Fundada sobre una visión de respeto al viñedo viejo y a la identidad del suelo, esta bodega familiar, con raíces desde principios del siglo XX, entiende que no se trata de dominar la naturaleza, sino de dejar que el lugar hable con nitidez, incluso con cierta aspereza.
Viñas viejas, suelos pobres y mucha altitud
El eje del proyecto es un viñedo plantado en 1930, en pie franco, sobre suelos pobres de arena, cal y piedra caliza a 825 metros de altitud. Una combinación inusual: altitud, sequedad extrema y una variedad, la Monastrell, que ofrece concentración natural sin artificios en bodega. Racimos pequeños, pieles gruesas, pulpa escasa. En ese equilibrio frugal se esconde una riqueza que sólo se revela con paciencia.
Aquí no se busca hacer vino "grande" a toda costa. Olivares es una declaración de principios. Su Monastrell de viñas viejas no es una caricatura de concentración, sino una forma de entender el tiempo: fruta negra seca, especias oscuras, regaliz y un fondo mineral terroso. No hay irrigación, por ley y por convicción. Las raíces se hunden en busca de agua y encuentran historia.
Dulce Monastrell - El alma sin maquillaje
Pero si hay un vino que representa el alma de la bodega, ese es su Olivares Dulce Monastrell. Un vino naturalmente dulce, sin encabezado, sin maquillajes. Las uvas se vendimian cuando el calendario ya no lo permite, a finales de octubre o incluso noviembre. La pasificación ocurre en la propia cepa. El resultado: higo seco, cuero, ciruela negra, romero y cacao amargo, todo sostenido por una acidez firme. Pocos vinos dulces en el mundo logran este equilibrio entre concentración y frescura sin intervención tecnológica. Es el campo embotellado.
Intervención mínima, escucha máxima
En vinificación, la filosofía de Paco Selva, tercera generación familiar, es clara: intervenir lo mínimo. Fermentaciones con levaduras autóctonas y crianza en cemento, inox o barrica usada, según lo que se quiera resaltar. Cada añada se escucha, no se fuerza. Paco lo resume así: “Nuestra labor no es construir un estilo, sino no estorbar lo que el viñedo propone”. Y esto, en una zona donde el sol tiende a homogeneizar, es casi un acto de resistencia.
A diferencia de otras zonas del sureste, donde la Monastrell se ha convertido en una fórmula repetida, en Olivares se explora su dimensión vertical, su capacidad de emocionar más allá del volumen. Incluso sus vinos más asequibles, como el Rosado de Monastrell o su joven tinto sin madera, muestran esa sinceridad agrícola que recuerda que antes de la etiqueta hay un campo real, con piedras reales, con calor y sed reales.
Desde Jumilla al mundo, sin concesiones
En los últimos años, Olivares ha atraído la atención de sumilleres y coleccionistas de todo el mundo. No por seguir tendencias, sino por ir en dirección contraria. La paradoja es reveladora: un vino dulce de una variedad rústica, en una zona semiárida, sin modas ni maquillaje, convertido en un cult wine. Lo celebran en Copenhague, Nueva York o Tokio como lo que es: un testimonio sin concesiones de una viticultura que se niega a ser domesticada.
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Parker94
Comprar Vino de Bodegas Olivares
En el altiplano soleado del norte de Jumilla, donde la escasez de lluvia no es un inconveniente sino una herencia, Bodegas Olivares cultiva una de las interpretaciones más singulares de la Monastrell en el levante español. Fundada sobre una visión de respeto al viñedo viejo y a la identidad del suelo, esta bodega familiar, con raíces desde principios del siglo XX, entiende que no se trata de dominar la naturaleza, sino de dejar que el lugar hable con nitidez, incluso con cierta aspereza.
Viñas viejas, suelos pobres y mucha altitud
El eje del proyecto es un viñedo plantado en 1930, en pie franco, sobre suelos pobres de arena, cal y piedra caliza a 825 metros de altitud. Una combinación inusual: altitud, sequedad extrema y una variedad, la Monastrell, que ofrece concentración natural sin artificios en bodega. Racimos pequeños, pieles gruesas, pulpa escasa. En ese equilibrio frugal se esconde una riqueza que sólo se revela con paciencia.
Aquí no se busca hacer vino "grande" a toda costa. Olivares es una declaración de principios. Su Monastrell de viñas viejas no es una caricatura de concentración, sino una forma de entender el tiempo: fruta negra seca, especias oscuras, regaliz y un fondo mineral terroso. No hay irrigación, por ley y por convicción. Las raíces se hunden en busca de agua y encuentran historia.
Dulce Monastrell - El alma sin maquillaje
Pero si hay un vino que representa el alma de la bodega, ese es su Olivares Dulce Monastrell. Un vino naturalmente dulce, sin encabezado, sin maquillajes. Las uvas se vendimian cuando el calendario ya no lo permite, a finales de octubre o incluso noviembre. La pasificación ocurre en la propia cepa. El resultado: higo seco, cuero, ciruela negra, romero y cacao amargo, todo sostenido por una acidez firme. Pocos vinos dulces en el mundo logran este equilibrio entre concentración y frescura sin intervención tecnológica. Es el campo embotellado.
Intervención mínima, escucha máxima
En vinificación, la filosofía de Paco Selva, tercera generación familiar, es clara: intervenir lo mínimo. Fermentaciones con levaduras autóctonas y crianza en cemento, inox o barrica usada, según lo que se quiera resaltar. Cada añada se escucha, no se fuerza. Paco lo resume así: “Nuestra labor no es construir un estilo, sino no estorbar lo que el viñedo propone”. Y esto, en una zona donde el sol tiende a homogeneizar, es casi un acto de resistencia.
A diferencia de otras zonas del sureste, donde la Monastrell se ha convertido en una fórmula repetida, en Olivares se explora su dimensión vertical, su capacidad de emocionar más allá del volumen. Incluso sus vinos más asequibles, como el Rosado de Monastrell o su joven tinto sin madera, muestran esa sinceridad agrícola que recuerda que antes de la etiqueta hay un campo real, con piedras reales, con calor y sed reales.
Desde Jumilla al mundo, sin concesiones
En los últimos años, Olivares ha atraído la atención de sumilleres y coleccionistas de todo el mundo. No por seguir tendencias, sino por ir en dirección contraria. La paradoja es reveladora: un vino dulce de una variedad rústica, en una zona semiárida, sin modas ni maquillaje, convertido en un cult wine. Lo celebran en Copenhague, Nueva York o Tokio como lo que es: un testimonio sin concesiones de una viticultura que se niega a ser domesticada.