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Comprar Vino de La Stoppa
La Stoppa no es solo una bodega, es un testimonio vivo del carácter indomable de la Emilia-Romaña más auténtica. Fundada en el siglo XIX por Amedeo Marconi, un visionario empresario, esta finca vitivinícola encontró su alma en la década de 1970, cuando la familia Pantaleoni tomó las riendas. Fue bajo la dirección de Elena Pantaleoni que La Stoppa se convirtió en un referente absoluto del vino natural y del respeto inquebrantable por la identidad del terruño. Elena, con una determinación inquebrantable, transformó la finca en un estandarte de la viticultura orgánica, renunciando a variedades foráneas y apostando exclusivamente por las uvas autóctonas que mejor expresan la esencia del territorio: Barbera, Bonarda y Malvasia di Candia Aromática.
Un territorio salvaje, una viticultura sin concesiones
Los viñedos de La Stoppa se extienden sobre colinas ondulantes en el municipio de Rivergaro, a lo largo del valle del río Trebbia, en un paisaje dominado por suelos arcillosos y calcáreos que confieren una profundidad única a sus vinos. Aquí, la viña crece en un entorno casi salvaje, sin intervenciones artificiales, con rendimientos bajos y una concentración de sabor extraordinaria. Las estaciones dictan el ritmo, la naturaleza marca las reglas, y la mano del hombre simplemente acompaña el proceso. La vendimia es manual, la fermentación ocurre de manera espontánea con levaduras indígenas, y los vinos se crían en grandes toneles de roble durante años, sin prisas, hasta que alcanzan su plenitud. El resultado es una expresión pura y sin artificios de la Emilia-Romaña, vinos vibrantes, complejos y llenos de carácter.
Vinos que cuentan historias
Cada botella de La Stoppa es una oda a la paciencia y al respeto por la naturaleza. Sus tintos, como el legendario Macchiona, elaborado con Barbera y Bonarda, muestran una estructura imponente, tan rústica como refinada, con una capacidad de envejecimiento asombrosa. Con aromas terrosos, notas de frutos negros y un fondo especiado, estos vinos son una experiencia en sí mismos. Por otro lado, la Malvasia di Candia Aromática se convierte en una joya ámbar en Ageno, un vino naranja macerado con pieles que desafía toda convención, desplegando un abanico de matices que van desde la miel y las hierbas silvestres hasta una sorprendente mineralidad.
Un manifiesto de autenticidad
La filosofía de Elena Pantaleoni es intransigente: ningún artificio, ninguna moda pasajera, solo la expresión más honesta del viñedo. En la bodega, la intervención es mínima, sin filtrados ni clarificaciones agresivas, permitiendo que los vinos respiren, evolucionen y se expresen con absoluta libertad. La Stoppa no busca complacer a todos, sino hablarle a aquellos que buscan la verdad en cada sorbo, a quienes entienden que un gran vino no es solo el resultado de la técnica, sino el reflejo de un lugar, de una historia y de una persona comprometida con su tierra.
Beber La Stoppa es viajar en el tiempo, es sentir el pulso de la Emilia-Romaña en estado puro. Es un recordatorio de que los grandes vinos no se hacen, sino que nacen, crecen y encuentran su propio destino.
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Comprar Vino de La Stoppa
La Stoppa no es solo una bodega, es un testimonio vivo del carácter indomable de la Emilia-Romaña más auténtica. Fundada en el siglo XIX por Amedeo Marconi, un visionario empresario, esta finca vitivinícola encontró su alma en la década de 1970, cuando la familia Pantaleoni tomó las riendas. Fue bajo la dirección de Elena Pantaleoni que La Stoppa se convirtió en un referente absoluto del vino natural y del respeto inquebrantable por la identidad del terruño. Elena, con una determinación inquebrantable, transformó la finca en un estandarte de la viticultura orgánica, renunciando a variedades foráneas y apostando exclusivamente por las uvas autóctonas que mejor expresan la esencia del territorio: Barbera, Bonarda y Malvasia di Candia Aromática.
Un territorio salvaje, una viticultura sin concesiones
Los viñedos de La Stoppa se extienden sobre colinas ondulantes en el municipio de Rivergaro, a lo largo del valle del río Trebbia, en un paisaje dominado por suelos arcillosos y calcáreos que confieren una profundidad única a sus vinos. Aquí, la viña crece en un entorno casi salvaje, sin intervenciones artificiales, con rendimientos bajos y una concentración de sabor extraordinaria. Las estaciones dictan el ritmo, la naturaleza marca las reglas, y la mano del hombre simplemente acompaña el proceso. La vendimia es manual, la fermentación ocurre de manera espontánea con levaduras indígenas, y los vinos se crían en grandes toneles de roble durante años, sin prisas, hasta que alcanzan su plenitud. El resultado es una expresión pura y sin artificios de la Emilia-Romaña, vinos vibrantes, complejos y llenos de carácter.
Vinos que cuentan historias
Cada botella de La Stoppa es una oda a la paciencia y al respeto por la naturaleza. Sus tintos, como el legendario Macchiona, elaborado con Barbera y Bonarda, muestran una estructura imponente, tan rústica como refinada, con una capacidad de envejecimiento asombrosa. Con aromas terrosos, notas de frutos negros y un fondo especiado, estos vinos son una experiencia en sí mismos. Por otro lado, la Malvasia di Candia Aromática se convierte en una joya ámbar en Ageno, un vino naranja macerado con pieles que desafía toda convención, desplegando un abanico de matices que van desde la miel y las hierbas silvestres hasta una sorprendente mineralidad.
Un manifiesto de autenticidad
La filosofía de Elena Pantaleoni es intransigente: ningún artificio, ninguna moda pasajera, solo la expresión más honesta del viñedo. En la bodega, la intervención es mínima, sin filtrados ni clarificaciones agresivas, permitiendo que los vinos respiren, evolucionen y se expresen con absoluta libertad. La Stoppa no busca complacer a todos, sino hablarle a aquellos que buscan la verdad en cada sorbo, a quienes entienden que un gran vino no es solo el resultado de la técnica, sino el reflejo de un lugar, de una historia y de una persona comprometida con su tierra.
Beber La Stoppa es viajar en el tiempo, es sentir el pulso de la Emilia-Romaña en estado puro. Es un recordatorio de que los grandes vinos no se hacen, sino que nacen, crecen y encuentran su propio destino.