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Comprar Vino de Bodegas Marañones
Viñas viejas, suelos pobres y mucha personalidad
La geografía en la que trabajan es tan hermosa como difícil. Las viñas se extienden entre los 650 y los 850 metros de altitud, en terrazas antiguas o en laderas que aún conservan los muros de piedra construidos por generaciones pasadas. Son suelos pobres y arenosos, de descomposición granítica, con vetas de cuarzo y un drenaje natural que obliga a la vid a hundir sus raíces en busca de agua y nutrientes. Esto reduce de manera natural los rendimientos y concentra la esencia de cada variedad, parcelada al milímetro. Aquí cada metro cuadrado cambia el carácter del vino.
Clima duro, vinos tensos
El clima es seco, extremo. Continentalidad marcada con influencia mediterránea, veranos muy calurosos con noches frescas y primaveras traicioneras donde las heladas pueden arrasar un ciclo completo. Todo esto imprime un sello de tensión y frescura en los vinos, que encuentran en la altura y la orientación norte una defensa natural frente al exceso. El viñedo, en su mayoría viejo —con cepas en vaso que superan los 70 años— está plantado sobre bancales históricos, muchos de ellos de difícil acceso y manejo. Nada en Marañones es sencillo. Y quizá por eso, todo tiene sentido.
Un proyecto con alma propia
El proyecto nace en 2008 con Fernando García como enólogo y figura central, tras una trayectoria marcada por su participación en Comando G, colectivo clave en la revolución de la Garnacha de Gredos. Sin embargo, Marañones no es un clon ni un satélite: es un proyecto con voz propia. Aquí la obsesión no es hacer vinos "de autor", sino vinos de lugar, donde lo importante no es el ego del elaborador, sino la precisión con la que se transmite una parcela, una añada, una altitud.
Garnacha con nervio
La Garnacha tinta es sin duda la variedad protagonista, aunque no la única. En Marañones se vinifica con mano ligera, sin sobreextracción, sin tostados agresivos, buscando que el vino respire por sí solo. Garnachas etéreas, con fruta roja crujiente, aromas de flor silvestre, taninos tensos y un fondo mineral que recuerda al polvo de granito calentado por el sol. Pero no hay una sola Garnacha: hay decenas. Cada parcela (como Peña Caballera o El Plano) se trabaja y vinifica por separado, buscando capturar su particular estructura, altitud y orientación.
Albillo Real, la blanca que sorprende
La otra gran uva de la casa es la Albillo Real, variedad blanca autóctona, muchas veces subestimada, que aquí se convierte en una verdadera rareza enológica. Albillos de textura, no de perfume. Vinos con boca, con volumen y sin grasa; con notas de manzana verde, almendra, flores secas y ese final salino que sólo el granito sabe regalar. La referencia más reconocible es Pies Descalzos, un blanco vinificado con precisión quirúrgica y criado en grandes volúmenes de madera usada que respetan la fruta y exaltan la verticalidad.
Hacer menos, pero mejor
Los procesos en bodega siguen una lógica de mínima intervención, pero sin dogmatismos. Fermentaciones espontáneas con levaduras indígenas, crianza en foudres, barricas usadas o depósitos de hormigón, según lo que pida el vino. No hay recetas. Cada decisión se toma a partir del viñedo, no del mercado. El embotellado se hace sin clarificar ni filtrar, permitiendo que la expresión sea lo más directa posible. El resultado: vinos que no son fáciles ni complacientes, pero que cuentan una historia precisa del paisaje y del tiempo.
Una influencia tranquila, pero poderosa
En los últimos años, Marañones ha influido silenciosamente en toda una generación de viticultores jóvenes que han comprendido que no hace falta viajar a Borgoña para encontrar profundidad, que la finura también existe bajo el sol ibérico, si se sabe buscar. Y que la elegancia no está reñida con el carácter.
Bodega Marañones no busca destacar, sino permanecer. En un mundo que gira demasiado rápido, sus vinos son una invitación a la pausa, al detalle y al arraigo. A beber con atención y memoria. Porque cuando el vino es honesto, no necesita adornos. Sólo verdad.
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Comprar Vino de Bodegas Marañones
Viñas viejas, suelos pobres y mucha personalidad
La geografía en la que trabajan es tan hermosa como difícil. Las viñas se extienden entre los 650 y los 850 metros de altitud, en terrazas antiguas o en laderas que aún conservan los muros de piedra construidos por generaciones pasadas. Son suelos pobres y arenosos, de descomposición granítica, con vetas de cuarzo y un drenaje natural que obliga a la vid a hundir sus raíces en busca de agua y nutrientes. Esto reduce de manera natural los rendimientos y concentra la esencia de cada variedad, parcelada al milímetro. Aquí cada metro cuadrado cambia el carácter del vino.
Clima duro, vinos tensos
El clima es seco, extremo. Continentalidad marcada con influencia mediterránea, veranos muy calurosos con noches frescas y primaveras traicioneras donde las heladas pueden arrasar un ciclo completo. Todo esto imprime un sello de tensión y frescura en los vinos, que encuentran en la altura y la orientación norte una defensa natural frente al exceso. El viñedo, en su mayoría viejo —con cepas en vaso que superan los 70 años— está plantado sobre bancales históricos, muchos de ellos de difícil acceso y manejo. Nada en Marañones es sencillo. Y quizá por eso, todo tiene sentido.
Un proyecto con alma propia
El proyecto nace en 2008 con Fernando García como enólogo y figura central, tras una trayectoria marcada por su participación en Comando G, colectivo clave en la revolución de la Garnacha de Gredos. Sin embargo, Marañones no es un clon ni un satélite: es un proyecto con voz propia. Aquí la obsesión no es hacer vinos "de autor", sino vinos de lugar, donde lo importante no es el ego del elaborador, sino la precisión con la que se transmite una parcela, una añada, una altitud.
Garnacha con nervio
La Garnacha tinta es sin duda la variedad protagonista, aunque no la única. En Marañones se vinifica con mano ligera, sin sobreextracción, sin tostados agresivos, buscando que el vino respire por sí solo. Garnachas etéreas, con fruta roja crujiente, aromas de flor silvestre, taninos tensos y un fondo mineral que recuerda al polvo de granito calentado por el sol. Pero no hay una sola Garnacha: hay decenas. Cada parcela (como Peña Caballera o El Plano) se trabaja y vinifica por separado, buscando capturar su particular estructura, altitud y orientación.
Albillo Real, la blanca que sorprende
La otra gran uva de la casa es la Albillo Real, variedad blanca autóctona, muchas veces subestimada, que aquí se convierte en una verdadera rareza enológica. Albillos de textura, no de perfume. Vinos con boca, con volumen y sin grasa; con notas de manzana verde, almendra, flores secas y ese final salino que sólo el granito sabe regalar. La referencia más reconocible es Pies Descalzos, un blanco vinificado con precisión quirúrgica y criado en grandes volúmenes de madera usada que respetan la fruta y exaltan la verticalidad.
Hacer menos, pero mejor
Los procesos en bodega siguen una lógica de mínima intervención, pero sin dogmatismos. Fermentaciones espontáneas con levaduras indígenas, crianza en foudres, barricas usadas o depósitos de hormigón, según lo que pida el vino. No hay recetas. Cada decisión se toma a partir del viñedo, no del mercado. El embotellado se hace sin clarificar ni filtrar, permitiendo que la expresión sea lo más directa posible. El resultado: vinos que no son fáciles ni complacientes, pero que cuentan una historia precisa del paisaje y del tiempo.
Una influencia tranquila, pero poderosa
En los últimos años, Marañones ha influido silenciosamente en toda una generación de viticultores jóvenes que han comprendido que no hace falta viajar a Borgoña para encontrar profundidad, que la finura también existe bajo el sol ibérico, si se sabe buscar. Y que la elegancia no está reñida con el carácter.
Bodega Marañones no busca destacar, sino permanecer. En un mundo que gira demasiado rápido, sus vinos son una invitación a la pausa, al detalle y al arraigo. A beber con atención y memoria. Porque cuando el vino es honesto, no necesita adornos. Sólo verdad.