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Comprar Vino de Château Rocheyron
Château Rocheyron, ubicado en la parte noroeste del altiplano calcáreo de Saint-Émilion, es una propiedad discreta en extensión –apenas 8 hectáreas– pero de una intensidad silenciosa que sólo algunas fincas pueden permitirse.
El viñedo: caliza, arcilla roja y Merlot bien plantado
Su viñedo, mayoritariamente plantado con Merlot (70%) y complementado con Cabernet Franc (30%), se extiende sobre suelos de caliza activa con vetas de arcilla roja que descansan sobre una base de piedra caliza dura —ese mismo "calcaire à astéries" que ha dado identidad al Grand Cru Classé del lado derecho del Garona durante siglos.
¿Quién está detrás de Rocheyron? Spoiler: gente seria
Lo que distingue a Rocheyron no es solamente su terroir privilegiado, ni su venerable antigüedad —las primeras menciones de cultivo en esta parcela datan del siglo XVIII—, sino la intervención precisa y deliberada de quienes están al mando hoy: Silvio Denz, empresario suizo con múltiples intereses en el mundo del vino, y Peter Sisseck, el danés que revolucionó la Ribera del Duero con Pingus. Desde 2010, ambos han tomado esta propiedad como un manifiesto personal. No se trata de añadir otra etiqueta a una colección, sino de trabajar minuciosamente para traducir una interpretación borgoñona del paisaje bordelés, donde la variedad no sea protagonista sino herramienta, y el suelo tenga voz propia.
No hacen vino para impresionar, sino para quedarse
Los vinos de Rocheyron no se imponen. No buscan volumen ni músculo, sino tensión, profundidad y precisión. Son vinos que empiezan hablando bajo, casi tímidos, pero que ganan complejidad y matices con cada sorbo, como si el tiempo fuera su verdadero lenguaje.
Agricultura biodinámica sin postureo
Esto no es casualidad: la finca se cultiva desde hace más de una década bajo los principios de la agricultura biodinámica, sin atajos ni concesiones. El manejo del viñedo es artesanal, con un número reducido de intervenciones, buscando que la planta regule su vigor de manera natural. La poda es corta, el rendimiento controlado, y la vendimia manual con selección en parcela y en mesa.
Así se hace el vino en Rocheyron: con calma y sin trucos
La vinificación es casi monástica. Fermentaciones espontáneas, sin levaduras añadidas. Maceraciones lentas, extractivas sin ser agresivas. La crianza se lleva a cabo en barricas de roble francés —una proporción variable de madera nueva según la añada— durante 14 a 18 meses, aunque los tiempos no están dictados por calendario sino por cata. Lo importante, dicen, es que el vino no se distorsione. Que no haya ni maquillaje ni opulencia innecesaria. En palabras de Sisseck, “el reto en Saint-Émilion no es hacer vinos poderosos. Eso lo da el Merlot con facilidad. El reto es mantener la frescura y la verticalidad. Dejar que la caliza haga su trabajo.”
¿A qué sabe un Rocheyron? Fruta negra, mineralidad y nervio
En años cómo 2016 o 2019, Rocheyron ha logrado un equilibrio notable entre fruta negra madura, notas minerales salinas, y un tanino fino, con tensión en boca y un final alargado que no cansa. En otras cosechas más desafiantes —2013, por ejemplo—, el vino no se ocultó detrás de maderas ni correcciones técnicas, sino que mostró una honestidad cruda, reflejo del año tal como fue, con sus límites y su belleza austera.
No hay segundo vino (y eso lo dice todo)
Este enfoque ha hecho que Rocheyron sea particularmente apreciado por un público conocedor, alejado del mainstream de los burdeos musculares, y más cercano a quienes valoran la pureza del terroir por encima de la arquitectura enológica.
Uno de los aspectos más llamativos de la propiedad es su ritmo de trabajo deliberadamente lento. A diferencia de la mayoría de fincas bordelesas, en Rocheyron no hay obsesión por multiplicar etiquetas ni escalar producciones. La producción anual ronda apenas las 30.000 botellas, y no hay segundo vino. Lo que no alcanza el nivel esperado, simplemente no se embotella bajo la marca.
¿Dónde se vende? Casi en secreto, como los buenos discos
Esta filosofía, más cercana al culto borgoñón que al modelo bordelés tradicional, también se refleja en la manera en que se comercializa: muy discretamente, sin campañas ruidosas ni grandes tiradas en primeur. De hecho, una parte considerable de la producción se reserva para clientes privados y restaurantes de alta gastronomía en Franco suizopa y Japón.
Rocheyron no alardea, pero deja huella
En una región donde el prestigio a veces se mide en hectáreas, puntuaciones o clasificaciones oficiales, Rocheyron recuerda que la grandeza puede venir de lo pequeño, preciso y silencioso. Su proximidad geográfica a nombres como Château Laroque o Troplong Mondot no la convierte en una sombra menor, sino en una voz paralela. Una voz que no grita, pero que se queda en la memoria.
Para muchos, Rocheyron no es aún un “nombre grande”, pero eso, paradójicamente, podría ser su mayor virtud.
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Comprar Vino de Château Rocheyron
Château Rocheyron, ubicado en la parte noroeste del altiplano calcáreo de Saint-Émilion, es una propiedad discreta en extensión –apenas 8 hectáreas– pero de una intensidad silenciosa que sólo algunas fincas pueden permitirse.
El viñedo: caliza, arcilla roja y Merlot bien plantado
Su viñedo, mayoritariamente plantado con Merlot (70%) y complementado con Cabernet Franc (30%), se extiende sobre suelos de caliza activa con vetas de arcilla roja que descansan sobre una base de piedra caliza dura —ese mismo "calcaire à astéries" que ha dado identidad al Grand Cru Classé del lado derecho del Garona durante siglos.
¿Quién está detrás de Rocheyron? Spoiler: gente seria
Lo que distingue a Rocheyron no es solamente su terroir privilegiado, ni su venerable antigüedad —las primeras menciones de cultivo en esta parcela datan del siglo XVIII—, sino la intervención precisa y deliberada de quienes están al mando hoy: Silvio Denz, empresario suizo con múltiples intereses en el mundo del vino, y Peter Sisseck, el danés que revolucionó la Ribera del Duero con Pingus. Desde 2010, ambos han tomado esta propiedad como un manifiesto personal. No se trata de añadir otra etiqueta a una colección, sino de trabajar minuciosamente para traducir una interpretación borgoñona del paisaje bordelés, donde la variedad no sea protagonista sino herramienta, y el suelo tenga voz propia.
No hacen vino para impresionar, sino para quedarse
Los vinos de Rocheyron no se imponen. No buscan volumen ni músculo, sino tensión, profundidad y precisión. Son vinos que empiezan hablando bajo, casi tímidos, pero que ganan complejidad y matices con cada sorbo, como si el tiempo fuera su verdadero lenguaje.
Agricultura biodinámica sin postureo
Esto no es casualidad: la finca se cultiva desde hace más de una década bajo los principios de la agricultura biodinámica, sin atajos ni concesiones. El manejo del viñedo es artesanal, con un número reducido de intervenciones, buscando que la planta regule su vigor de manera natural. La poda es corta, el rendimiento controlado, y la vendimia manual con selección en parcela y en mesa.
Así se hace el vino en Rocheyron: con calma y sin trucos
La vinificación es casi monástica. Fermentaciones espontáneas, sin levaduras añadidas. Maceraciones lentas, extractivas sin ser agresivas. La crianza se lleva a cabo en barricas de roble francés —una proporción variable de madera nueva según la añada— durante 14 a 18 meses, aunque los tiempos no están dictados por calendario sino por cata. Lo importante, dicen, es que el vino no se distorsione. Que no haya ni maquillaje ni opulencia innecesaria. En palabras de Sisseck, “el reto en Saint-Émilion no es hacer vinos poderosos. Eso lo da el Merlot con facilidad. El reto es mantener la frescura y la verticalidad. Dejar que la caliza haga su trabajo.”
¿A qué sabe un Rocheyron? Fruta negra, mineralidad y nervio
En años cómo 2016 o 2019, Rocheyron ha logrado un equilibrio notable entre fruta negra madura, notas minerales salinas, y un tanino fino, con tensión en boca y un final alargado que no cansa. En otras cosechas más desafiantes —2013, por ejemplo—, el vino no se ocultó detrás de maderas ni correcciones técnicas, sino que mostró una honestidad cruda, reflejo del año tal como fue, con sus límites y su belleza austera.
No hay segundo vino (y eso lo dice todo)
Este enfoque ha hecho que Rocheyron sea particularmente apreciado por un público conocedor, alejado del mainstream de los burdeos musculares, y más cercano a quienes valoran la pureza del terroir por encima de la arquitectura enológica.
Uno de los aspectos más llamativos de la propiedad es su ritmo de trabajo deliberadamente lento. A diferencia de la mayoría de fincas bordelesas, en Rocheyron no hay obsesión por multiplicar etiquetas ni escalar producciones. La producción anual ronda apenas las 30.000 botellas, y no hay segundo vino. Lo que no alcanza el nivel esperado, simplemente no se embotella bajo la marca.
¿Dónde se vende? Casi en secreto, como los buenos discos
Esta filosofía, más cercana al culto borgoñón que al modelo bordelés tradicional, también se refleja en la manera en que se comercializa: muy discretamente, sin campañas ruidosas ni grandes tiradas en primeur. De hecho, una parte considerable de la producción se reserva para clientes privados y restaurantes de alta gastronomía en Franco suizopa y Japón.
Rocheyron no alardea, pero deja huella
En una región donde el prestigio a veces se mide en hectáreas, puntuaciones o clasificaciones oficiales, Rocheyron recuerda que la grandeza puede venir de lo pequeño, preciso y silencioso. Su proximidad geográfica a nombres como Château Laroque o Troplong Mondot no la convierte en una sombra menor, sino en una voz paralela. Una voz que no grita, pero que se queda en la memoria.
Para muchos, Rocheyron no es aún un “nombre grande”, pero eso, paradójicamente, podría ser su mayor virtud.
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